RESUMEN DE LA PRIMERA PARTE DE SOBRE VERDAD Y MENTIRA
EN SENTIDO EXTRAMORAL (1873) FRIEDRICH NIETZSCHE.
De cara a una discusión común centrada en la cuestión de la verdad y la mentira (y no en el pensamiento de Nietzsche), podemos extrapolar de la primera parte de este escrito cinco grandes tesis, de las cuales las posteriores presuponen las anteriores, que giran en torno a la cuestión del origen del concepto de verdad y del sentimiento de necesidad de la verdad.
1 – La validez del conocimiento humano se limita absolutamente a su existencia, no tiene ninguna relación con la naturaleza que le rodea considerada con independencia al trato que el hombre tiene con ella.
“En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la «Historia Universal» [en referencia a la teoría de Hegel de la Historia
Universal de la humanidad como la encarnación del conocimiento en la Historia]; pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer. Alguien podría inventar una fábula semejante pero, con todo, no habría ilustrado suficientemente cuán lastimoso, cuán sombrío y caduco, cuán estéril y arbitrario es el estado en el que se presenta el intelecto humano dentro de la naturaleza. Hubo eternidades en las que no existía; cuando de nuevo se acabe todo para él no habrá sucedido nada, puesto que para ese
intelecto no hay ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y su creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo.”
El mundo no está hecho para ser conocido por el hombre, ni el conocimiento que el hombre tiene de él guarda relación esencial alguna con la naturaleza considerada independientemente. Si la naturaleza presenta en algún aspecto un carácter humano, o una dimensión "humanizable" o propicia al trato humano, es sólo porque nosotros la contemplamos así por una necesidad biológica. Si pudiéramos preguntarle a una mosca cómo entiende el mundo, nos diría que el mundo está creado para ser conocido y vivido por moscas. Nuestro conocimiento no afecta absolutamente en nada a la realidad que conoce. A la naturaleza no le es necesario que algún ser humano la conozca, que describa sus leyes; ella funcionará exactamente igual aunque nadie logre entender su funcionamiento. Para la realidad, el conocimiento que nosotros tenemos de ella es algo completamente artificial y supletorio. No lo necesita para ser lo que es.
Esta idea elimina del concepto de verdad cualquier carácter absoluto o de independencia, en la medida en que la verdad es un elemento tan artificial como el propio conocimiento del que se predica. Lo que implica que no hay ninguna relación necesaria entre ciertos hechos de la realidad y los juicios verdaderos con los que los describimos que convierta a esos juicios en superiores a los juicios falsos a un nivel natural. Los juicios que llamamos verdaderos lo son porque nosotros los consideramos así, no porque la naturaleza los haga verdaderos. Decir que “2+2=4” es una verdad necesaria para cualquier persona que la piense y en cualquier momento que se piense no significa que en la realidad, con independencia del ser humano, existe la verdad “2+2=4”. Es el hombre el que hace que ese juicio sea verdadero siempre para todo ser humano.
2 – El conocimiento surge para suplir las deficiencias biológicas de supervivencia y adaptación.
“Es digno de nota que sea el intelecto quien así obre, él que, sin embargo, sólo ha sido añadido precisamente como un recurso de los seres más infelices, delicados y efímeros, para conservarlos un minuto en la existencia, de la cual, por el contrario, sin ese aditamento tendrían toda clase de motivos para huir.” Todo nuestro conocimiento, así como las complejas técnicas de razonamiento, inducción, deducción, los mecanismos lógicos que nos permiten pensar y razonar, todo ello no es más que el modo como completamos nuestras carencias y deficiencias biológicas a la hora de luchar por nuestra supervivencia. El deseo de conocer surge en realidad como respuesta a la necesidad de sobrevivir a amenazas naturales para las cuales no estamos biológicamente preparados. La razón es un mecanismo de supervivencia equivalente a las garras del oso o a las branquias de los peces.
Esta tesis tiene dos consecuencias principales. La primera de ellas es que el conocimiento es un edificio cuyos cimientos toman pie en el entramado biológico de los afectos, las emociones, las necesidades físicas y los anhelos. Es decir, que la razón es un instrumento creado para servir a la voluntad. Lo que significa que ella no es libre de pensar lo que quiera y de concluir lo que
aparentemente se ve forzada a concluir por el simple ejercicio de la lógica, sino que su funcionamiento está determinado por los fines que la voluntad quiere satisfacer con ella. De modo que, en el fondo, lo que nos parece más racional y lógico simplemente es lo que más se ajusta a nuestros deseos, y no lo que posee más argumentos racionales a favor que en contra. Una verdad no lo es por sí misma, sino que es la voluntad la que hace que un juicio sea verdadero y otro no.
Por su parte, la segunda consecuencia consiste en que, si la razón surge por una carencia de fuerza de supervivencia, cuanto más débil sea un individuo más necesitará apoyarse en el desarrollo de su inteligencia para sobrevivir. Esto significa que los más inteligentes son los más necesitados a un nivel
biológico. Los que más insisten en la necesidad de la búsqueda de la verdad y en la superioridad del conocimiento racional son los que menos preparados se encuentran a un nivel biológico para la supervivencia.
3 – El conocimiento es un engaño generalizado y consolidado por la propia naturaleza del lenguaje.
“¿Qué sucede con estas convenciones del lenguaje? ¿Son quizá productos del conocimiento, del sentido de la verdad? ¿Concuerdan las designaciones y las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?”
El lenguaje es la comunicación, mediante emisión de sonidos, de estados internos del individuo que los emite. Se trata de exteriorizar sensaciones, impulsos, deseos; pero no por una vocación de conocimiento o de verdad, sino como la simple manifestación vocal de una sensación. “¿Qué
es una palabra? La reproducción en sonidos de un impulso nervioso.” No se busca la verdad al querer verbalizar un pensamiento o una vivencia interna, simplemente se lo hace externo.
Por eso, las palabras no tienen ninguna vinculación necesaria con la realidad a la que remiten. O, dicho de otro modo, no hay una palabra más verdadera que otra, ni un juicio más verdadero que otro. Porque, al fin y al cabo, la única conexión que existe en la palabra es entre la palabra y aquello
interno que busca manifestar externamente. Y eso interno no posee ninguna relación necesaria a su vez con algo de la realidad, por mucho que entendamos que eso real es su causa. Nada tiene que ver el dolor que sentimos al pincharnos con una aguja con la aguja en cuestión, son dos entidades completamente diferentes y de naturaleza distinta. Pretender entonces que el juicio “me duele el pinchazo de la aguja” manifiesta adecuadamente el estado interno de dolor porque éste posee una relación necesaria con la aguja que me pincha supone olvidar que esa manifestación
verbal es tan arbitraria y artificial como cualquier otra que hubiéramos podido crear para expresar esa sensación, y que usamos ésa sólo por convención social, no porque ella misma se imponga como mejor frente al resto. “¿Cómo podríamos decir legítimamente: la piedra es dura, como si además captásemos lo «duro» de otra manera y no solamente como una excitación completamente subjetiva!”.
Así entendido, el lenguaje es simplemente un conjunto de metáforas: expresiones verbales cuya única relación con su significado es una relación metafórica, poética. Intentamos describir la realidad, pero, en la medida en que nuestro lenguaje no está conectado esencialmente con ella, lo único que podemos hacer es conjugar diferentes juicios descriptivos, como si fueran metáforas, en el intento de que un cierto número de metáforas sea suficiente para describir lo que queremos señalar. “¡En primer lugar, un impulso nervioso extrapolado en una imagen! Primera metáfora. ¡La imagen transformada de nuevo en un sonido! Segunda metáfora. Y, en cada caso, un salto total desde una esfera a otra completamente distinta.”
Esta naturaleza metafórica del lenguaje es lo que hace que el conocimiento sea un engaño generalizado y aceptado por convención. Pues cuando afirmamos conocer la realidad y poder describirla mediante juicios científicos, lo único que hacemos es formular ciertas metáforas y acordar que será con ellas con las que nos referiremos a determinados hechos de la realidad. Pero, por lo tanto, nunca llegamos a alcanzar la realidad que queremos conocer, sino que nos quedamos siempre en el nivel del lenguaje. Y cuanta más importancia le demos a la verdad, a la necesidad de ser veraces, y de emitir juicios correctos, más nos encerraremos en el nivel del lenguaje y
más nos alejaremos de la realidad: “Creemos saber algo de las cosas mismas cuando hablamos de
árboles, colores, nieve y flores y no poseemos, sin embargo, más que metáforas de las cosas que no corresponden en absoluto a las esencias primitivas. (...) Por tanto, el origen del lenguaje no sigue en ningún caso un proceso lógico, y todo el material sobre el que, y a partir del cual, trabaja y construye el hombre de la verdad, el investigador, el filósofo, procede, si no de las nubes, en ningún caso de la esencia de las cosas.”
4 – Los hombres acuerdan que todos mentirán de la misma manera como garantía de paz entre ellos y como condición de posibilidad de su sociabilidad.
“Puesto que el hombre, tanto por necesidad como por hastío, desea existir en sociedad y gregariamente, precisa de un tratado de paz y, de acuerdo con éste, procura que, al menos, desaparezca de su mundo el más grande bellum omnium contra omnes [la guerra de todos contra todos, Hobbes]. Este tratado de paz conlleva algo que promete ser el primer paso para la consecución de ese misterioso impulso hacia la verdad. En este mismo momento se fija lo que a partir de entonces ha de ser «verdad», es decir, se ha inventado una designación de las cosas uniformemente válida y
obligatoria, y el poder legislativo del lenguaje proporciona también las primeras leyes de verdad, pues aquí se origina por primera vez el contraste entre verdad y mentira”.
Si el lenguaje es comunicación mediante signos arbitrarios de sensaciones y experiencias internas a los individuos, incomunicables en el estado puro en el que son vividas, necesariamente los hombres han de acordar pautas lingüísticas para nombrar y describir esas sensaciones de manera que todos puedan entenderse al hacerlo. Ahora bien, ¿cómo escoger esas pautas de forma unánime? Cada individuo posee su manera de expresarse, que no necesariamente debe coincidir con la del resto en tanto que es la expresión de un estado interno completamente individual. Entonces, ¿las pautas de quién han de ser escogidas como pautas comunes?
La consideración de las múltiples posibilidades de elección a la hora de establecer las normas de comunicación y los significados de las palabras muestran lo artificial, lo engañoso, de esa decisión. Los nombres que utilizamos para llamar a las cosas, los juicios que emitimos para describirlas, no son más que una posibilidad entre tantas otras, que por azar ha sido escogida predilectamente frente al resto. No porque describan mejor la realidad, no porque posean una conexión con el mundo al que se
refieren, sino simplemente por una decisión arbitraria. Por eso los nombres son mentiras, porque no son verdades en el sentido de verdades absolutas e independientes a la mente humana.
Nada tiene que ver la palabra “mesa” con el objeto al que llamamos mesa, más que la elección humana de utilizar esa palabra, y no otra de las tantas que podríamos haber usado, para hablar de ella. Entonces, el valor de verdad del juicio “esto es una mesa” frente al valor de mentira del juicio “esto es una silla” es completamente artificial, y sólo depende de la necesidad de establecer normas de comunicación para poder permitir el trato inter-subjetivo entre individuos. El valor de verdad es en realidad un valor de comunicación: lo verdadero es lo que permite, gracias a un acuerdo, que todos
nos entendamos sin generar perjuicios adicionales, mientras que lo falso es lo que obstaculiza la comunicación:
“Los hombres no huyen tanto de ser engañados como de ser perjudicados mediante el engaño; en este estadio tampoco detestan en rigor el embuste, sino las consecuencias perniciosas, hostiles, de ciertas clases de embustes. El hombre nada más que desea la verdad en un sentido análogamente limitado: ansía las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que mantienen la vida; es indiferente al conocimiento puro y sin consecuencias e incluso hostil frente a las verdades susceptibles de efectos
perjudiciales o destructivos.”
5 – La verdad es la mentira institucionalizada que ha olvidado su carácter ficticio y artificial.
“¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso,
un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal.”
El impulso que nos fuerza a ser veraces, a decir la verdad y no la mentira, no es más que la camisa de fuerza que imponemos a nuestra comunicación a seguir unos cauces marcados, y no otros, para hacer posible la comunicación entre todos. Un juicio de conocimiento que consideramos verdadero no lo es porque sea verdadero con independencia de quién lo dice, sino que somos nosotros los que lo hemos hecho verdadero a fuerza de utilizarlo para comunicar un cierto estado de cosas de la realidad. La necesidad que reconocemos en la verdad no es una necesidad propia del orden del conocimiento, sino que es una necesidad moral, propia del orden social de convivencia.
EN SENTIDO EXTRAMORAL (1873) FRIEDRICH NIETZSCHE.
De cara a una discusión común centrada en la cuestión de la verdad y la mentira (y no en el pensamiento de Nietzsche), podemos extrapolar de la primera parte de este escrito cinco grandes tesis, de las cuales las posteriores presuponen las anteriores, que giran en torno a la cuestión del origen del concepto de verdad y del sentimiento de necesidad de la verdad.
1 – La validez del conocimiento humano se limita absolutamente a su existencia, no tiene ninguna relación con la naturaleza que le rodea considerada con independencia al trato que el hombre tiene con ella.
“En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la «Historia Universal» [en referencia a la teoría de Hegel de la Historia
Universal de la humanidad como la encarnación del conocimiento en la Historia]; pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer. Alguien podría inventar una fábula semejante pero, con todo, no habría ilustrado suficientemente cuán lastimoso, cuán sombrío y caduco, cuán estéril y arbitrario es el estado en el que se presenta el intelecto humano dentro de la naturaleza. Hubo eternidades en las que no existía; cuando de nuevo se acabe todo para él no habrá sucedido nada, puesto que para ese
intelecto no hay ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y su creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo.”
El mundo no está hecho para ser conocido por el hombre, ni el conocimiento que el hombre tiene de él guarda relación esencial alguna con la naturaleza considerada independientemente. Si la naturaleza presenta en algún aspecto un carácter humano, o una dimensión "humanizable" o propicia al trato humano, es sólo porque nosotros la contemplamos así por una necesidad biológica. Si pudiéramos preguntarle a una mosca cómo entiende el mundo, nos diría que el mundo está creado para ser conocido y vivido por moscas. Nuestro conocimiento no afecta absolutamente en nada a la realidad que conoce. A la naturaleza no le es necesario que algún ser humano la conozca, que describa sus leyes; ella funcionará exactamente igual aunque nadie logre entender su funcionamiento. Para la realidad, el conocimiento que nosotros tenemos de ella es algo completamente artificial y supletorio. No lo necesita para ser lo que es.
Esta idea elimina del concepto de verdad cualquier carácter absoluto o de independencia, en la medida en que la verdad es un elemento tan artificial como el propio conocimiento del que se predica. Lo que implica que no hay ninguna relación necesaria entre ciertos hechos de la realidad y los juicios verdaderos con los que los describimos que convierta a esos juicios en superiores a los juicios falsos a un nivel natural. Los juicios que llamamos verdaderos lo son porque nosotros los consideramos así, no porque la naturaleza los haga verdaderos. Decir que “2+2=4” es una verdad necesaria para cualquier persona que la piense y en cualquier momento que se piense no significa que en la realidad, con independencia del ser humano, existe la verdad “2+2=4”. Es el hombre el que hace que ese juicio sea verdadero siempre para todo ser humano.
2 – El conocimiento surge para suplir las deficiencias biológicas de supervivencia y adaptación.
“Es digno de nota que sea el intelecto quien así obre, él que, sin embargo, sólo ha sido añadido precisamente como un recurso de los seres más infelices, delicados y efímeros, para conservarlos un minuto en la existencia, de la cual, por el contrario, sin ese aditamento tendrían toda clase de motivos para huir.” Todo nuestro conocimiento, así como las complejas técnicas de razonamiento, inducción, deducción, los mecanismos lógicos que nos permiten pensar y razonar, todo ello no es más que el modo como completamos nuestras carencias y deficiencias biológicas a la hora de luchar por nuestra supervivencia. El deseo de conocer surge en realidad como respuesta a la necesidad de sobrevivir a amenazas naturales para las cuales no estamos biológicamente preparados. La razón es un mecanismo de supervivencia equivalente a las garras del oso o a las branquias de los peces.
Esta tesis tiene dos consecuencias principales. La primera de ellas es que el conocimiento es un edificio cuyos cimientos toman pie en el entramado biológico de los afectos, las emociones, las necesidades físicas y los anhelos. Es decir, que la razón es un instrumento creado para servir a la voluntad. Lo que significa que ella no es libre de pensar lo que quiera y de concluir lo que
aparentemente se ve forzada a concluir por el simple ejercicio de la lógica, sino que su funcionamiento está determinado por los fines que la voluntad quiere satisfacer con ella. De modo que, en el fondo, lo que nos parece más racional y lógico simplemente es lo que más se ajusta a nuestros deseos, y no lo que posee más argumentos racionales a favor que en contra. Una verdad no lo es por sí misma, sino que es la voluntad la que hace que un juicio sea verdadero y otro no.
Por su parte, la segunda consecuencia consiste en que, si la razón surge por una carencia de fuerza de supervivencia, cuanto más débil sea un individuo más necesitará apoyarse en el desarrollo de su inteligencia para sobrevivir. Esto significa que los más inteligentes son los más necesitados a un nivel
biológico. Los que más insisten en la necesidad de la búsqueda de la verdad y en la superioridad del conocimiento racional son los que menos preparados se encuentran a un nivel biológico para la supervivencia.
3 – El conocimiento es un engaño generalizado y consolidado por la propia naturaleza del lenguaje.
“¿Qué sucede con estas convenciones del lenguaje? ¿Son quizá productos del conocimiento, del sentido de la verdad? ¿Concuerdan las designaciones y las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?”
El lenguaje es la comunicación, mediante emisión de sonidos, de estados internos del individuo que los emite. Se trata de exteriorizar sensaciones, impulsos, deseos; pero no por una vocación de conocimiento o de verdad, sino como la simple manifestación vocal de una sensación. “¿Qué
es una palabra? La reproducción en sonidos de un impulso nervioso.” No se busca la verdad al querer verbalizar un pensamiento o una vivencia interna, simplemente se lo hace externo.
Por eso, las palabras no tienen ninguna vinculación necesaria con la realidad a la que remiten. O, dicho de otro modo, no hay una palabra más verdadera que otra, ni un juicio más verdadero que otro. Porque, al fin y al cabo, la única conexión que existe en la palabra es entre la palabra y aquello
interno que busca manifestar externamente. Y eso interno no posee ninguna relación necesaria a su vez con algo de la realidad, por mucho que entendamos que eso real es su causa. Nada tiene que ver el dolor que sentimos al pincharnos con una aguja con la aguja en cuestión, son dos entidades completamente diferentes y de naturaleza distinta. Pretender entonces que el juicio “me duele el pinchazo de la aguja” manifiesta adecuadamente el estado interno de dolor porque éste posee una relación necesaria con la aguja que me pincha supone olvidar que esa manifestación
verbal es tan arbitraria y artificial como cualquier otra que hubiéramos podido crear para expresar esa sensación, y que usamos ésa sólo por convención social, no porque ella misma se imponga como mejor frente al resto. “¿Cómo podríamos decir legítimamente: la piedra es dura, como si además captásemos lo «duro» de otra manera y no solamente como una excitación completamente subjetiva!”.
Así entendido, el lenguaje es simplemente un conjunto de metáforas: expresiones verbales cuya única relación con su significado es una relación metafórica, poética. Intentamos describir la realidad, pero, en la medida en que nuestro lenguaje no está conectado esencialmente con ella, lo único que podemos hacer es conjugar diferentes juicios descriptivos, como si fueran metáforas, en el intento de que un cierto número de metáforas sea suficiente para describir lo que queremos señalar. “¡En primer lugar, un impulso nervioso extrapolado en una imagen! Primera metáfora. ¡La imagen transformada de nuevo en un sonido! Segunda metáfora. Y, en cada caso, un salto total desde una esfera a otra completamente distinta.”
Esta naturaleza metafórica del lenguaje es lo que hace que el conocimiento sea un engaño generalizado y aceptado por convención. Pues cuando afirmamos conocer la realidad y poder describirla mediante juicios científicos, lo único que hacemos es formular ciertas metáforas y acordar que será con ellas con las que nos referiremos a determinados hechos de la realidad. Pero, por lo tanto, nunca llegamos a alcanzar la realidad que queremos conocer, sino que nos quedamos siempre en el nivel del lenguaje. Y cuanta más importancia le demos a la verdad, a la necesidad de ser veraces, y de emitir juicios correctos, más nos encerraremos en el nivel del lenguaje y
más nos alejaremos de la realidad: “Creemos saber algo de las cosas mismas cuando hablamos de
árboles, colores, nieve y flores y no poseemos, sin embargo, más que metáforas de las cosas que no corresponden en absoluto a las esencias primitivas. (...) Por tanto, el origen del lenguaje no sigue en ningún caso un proceso lógico, y todo el material sobre el que, y a partir del cual, trabaja y construye el hombre de la verdad, el investigador, el filósofo, procede, si no de las nubes, en ningún caso de la esencia de las cosas.”
4 – Los hombres acuerdan que todos mentirán de la misma manera como garantía de paz entre ellos y como condición de posibilidad de su sociabilidad.
“Puesto que el hombre, tanto por necesidad como por hastío, desea existir en sociedad y gregariamente, precisa de un tratado de paz y, de acuerdo con éste, procura que, al menos, desaparezca de su mundo el más grande bellum omnium contra omnes [la guerra de todos contra todos, Hobbes]. Este tratado de paz conlleva algo que promete ser el primer paso para la consecución de ese misterioso impulso hacia la verdad. En este mismo momento se fija lo que a partir de entonces ha de ser «verdad», es decir, se ha inventado una designación de las cosas uniformemente válida y
obligatoria, y el poder legislativo del lenguaje proporciona también las primeras leyes de verdad, pues aquí se origina por primera vez el contraste entre verdad y mentira”.
Si el lenguaje es comunicación mediante signos arbitrarios de sensaciones y experiencias internas a los individuos, incomunicables en el estado puro en el que son vividas, necesariamente los hombres han de acordar pautas lingüísticas para nombrar y describir esas sensaciones de manera que todos puedan entenderse al hacerlo. Ahora bien, ¿cómo escoger esas pautas de forma unánime? Cada individuo posee su manera de expresarse, que no necesariamente debe coincidir con la del resto en tanto que es la expresión de un estado interno completamente individual. Entonces, ¿las pautas de quién han de ser escogidas como pautas comunes?
La consideración de las múltiples posibilidades de elección a la hora de establecer las normas de comunicación y los significados de las palabras muestran lo artificial, lo engañoso, de esa decisión. Los nombres que utilizamos para llamar a las cosas, los juicios que emitimos para describirlas, no son más que una posibilidad entre tantas otras, que por azar ha sido escogida predilectamente frente al resto. No porque describan mejor la realidad, no porque posean una conexión con el mundo al que se
refieren, sino simplemente por una decisión arbitraria. Por eso los nombres son mentiras, porque no son verdades en el sentido de verdades absolutas e independientes a la mente humana.
Nada tiene que ver la palabra “mesa” con el objeto al que llamamos mesa, más que la elección humana de utilizar esa palabra, y no otra de las tantas que podríamos haber usado, para hablar de ella. Entonces, el valor de verdad del juicio “esto es una mesa” frente al valor de mentira del juicio “esto es una silla” es completamente artificial, y sólo depende de la necesidad de establecer normas de comunicación para poder permitir el trato inter-subjetivo entre individuos. El valor de verdad es en realidad un valor de comunicación: lo verdadero es lo que permite, gracias a un acuerdo, que todos
nos entendamos sin generar perjuicios adicionales, mientras que lo falso es lo que obstaculiza la comunicación:
“Los hombres no huyen tanto de ser engañados como de ser perjudicados mediante el engaño; en este estadio tampoco detestan en rigor el embuste, sino las consecuencias perniciosas, hostiles, de ciertas clases de embustes. El hombre nada más que desea la verdad en un sentido análogamente limitado: ansía las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que mantienen la vida; es indiferente al conocimiento puro y sin consecuencias e incluso hostil frente a las verdades susceptibles de efectos
perjudiciales o destructivos.”
5 – La verdad es la mentira institucionalizada que ha olvidado su carácter ficticio y artificial.
“¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso,
un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal.”
El impulso que nos fuerza a ser veraces, a decir la verdad y no la mentira, no es más que la camisa de fuerza que imponemos a nuestra comunicación a seguir unos cauces marcados, y no otros, para hacer posible la comunicación entre todos. Un juicio de conocimiento que consideramos verdadero no lo es porque sea verdadero con independencia de quién lo dice, sino que somos nosotros los que lo hemos hecho verdadero a fuerza de utilizarlo para comunicar un cierto estado de cosas de la realidad. La necesidad que reconocemos en la verdad no es una necesidad propia del orden del conocimiento, sino que es una necesidad moral, propia del orden social de convivencia.
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